Pronto nos convertimos en un pueblo sin memoria de su pasado; un espacio fantasma de formas rotas u olvidadas hace tiempo.Alastair Crooke, Al Mayadeen
El célebre filósofo francés Henri Corbin, que enseñaba en la Universidad de Teherán, llamó una vez la atención de un amigo occidental sobre un antiguo armario de un café de Teherán, en el que estaban sentados. La antigua pieza tenía varios estantes -cada uno delimitado por un fino revestimiento- recortados en torno a la silueta de distintos jarrones y urnas, en los que se encajaban en los estantes.
Sólo que, como observó Corbin, los jarrones y urnas estaban ausentes: hacía tiempo que habían desaparecido; rotos o perdidos.
Lo que Corbin quería decir era que, a pesar de todo, el espacio que ocupaban físicamente seguía existiendo en un contorno claro. Y lo mismo ocurre con las ideas, con las cosas dichas o escritas.
No han desaparecido del todo. El espacio persiste y, de algún modo, nos los recuerda implacablemente.
Corbin señalaba aquí algo importante sobre la comprensión shi’a del tiempo y la memoria. Insinuaba que la memoria no reside sólo en nosotros, sino más allá del confín de los cerebros individuales; y que los recuerdos pueden surgir y surgen en la conciencia, desencadenando un recuerdo de algo pasado.